La presencia de Luis Arosa y Rosa Viana, alcalde y concejala de Turismo en Fitur, es interpretada por los propietarios de viviendas de uso turístico como un “espectáculo de hipocresía municipal” que evidencia el nulo criterio del gobierno local.
Luis Arosa, cual ninja político, aparece en las imágenes institucionales de Fitur como un representante municipal prácticamente eclipsado, como si la propia realidad turística del territorio buscara esconderse tras un decorado de promoción; presumiendo de un “modelo turístico” que roza lo kafkiano por indefinido e inexistente. Mientras presume de destino turístico, la realidad es demoledora: escasos establecimientos de hospedaje y una política municipal cercana a la extorsión fiscal para el sector. Un escenario que roza lo paradójico ya que el municipio parece estar librando una guerra silenciosa contra su propio potencial turístico. La fotografía en Fitur, con el alcalde casi difuminado tras otra figura, parece ser un metafórico reflejo de una visión turística igualmente indefinida: presente, pero escasamente nítida.
Mientras en Fitur se exhiben estrategias de promoción, los números revelan una fotografía completamente distinta en la Isla, con apenas 220 viviendas de uso turístico (VUT) que, en la práctica, sostienen el entramado de alojamiento en la localidad.
La estrategia del gobierno local en materia de turismo es digna de un guión de comedia: asfixiar a propietarios de viviendas turísticas con tasas desproporcionadas, con la sutil elegancia de un elefante en una cacharrería, y con el objetivo de obligar a los propietarios a convertir sus VUT en alquileres tradicionales, como si el turismo fuese un juego de ajedrez donde el rey municipal, con su alfil nacionalista, mueve los peones a su antojo.
Estas medidas revelan una estrategia cuando menos cuestionable, con tasas desproporcionadas para las VUT en un movimiento que parece más un intento de presión que una política de desarrollo turístico coherente que sitúa a los propietarios de viviendas turísticas entre la espada fiscal y la pared del mercado inmobiliario.
La pregunta emerge con rotundidad: ¿Qué modelo turístico se persigue? ¿Aquel que reduce las opciones de alojamiento a un mínimo testimonial? ¿El turismo de un día, aquel que llega con su bocadillo bajo el brazo y deja tras de sí únicamente la huella de un envoltorio en la papelera?
Las 220 viviendas turísticas no son un dato menor. Representan el verdadero sostén de un modelo de alojamiento que ahora parece cuestionarse sin ofrecer alternativas claras. La política municipal arriesga convertir lo que podría ser una fortaleza en un solar baldío de oportunidades.
Desde Aviturga recuerdan que el turismo no se construye con restricciones, sino con visión estratégica. “A Illa de Arousa parece olvidar que cada vivienda turística es, potencialmente, un embajador de su territorio”, concluyen.